La volvió a ver después de demasiado tiempo. Ya eran como desconocidos, nada que ver con lo que eran en un principio. Se volvió a fijar en ella (imposible no hacerlo). Siempre le había llamado la atención su perfecta sonrisa, pero a él no le engañaba como a los demás, veía a kilómetros sus ojos oscuros, de mirada triste. Iba caminando sola, con su melena suelta, la que tantas mañanas había acariciado él al despertarse. Se dio cuenta de que él la miraba y empezó a jugar con un mechón de pelo para distraerse. De repente, los recuerdos empezaron a inundarla. Recordó quién era él y los momentos que habían pasado juntos se le vinieron encima. Recordó lo mucho que le había echado de menos y empezó a lloverle por dentro, aunque no notó mucho el cambio, ya tenía el alma congelada desde que él se había ido. ¿Qué hacía él ahí? Porque estaba segura de que no venía por ella. Él se preguntaba lo mismo, no sabía por qué razón había vuelto allí, sabiendo que se la iba a encontrar. Supuso que la echaba de menos, pero su orgullo no le permitía aceptarlo. Ella se le acercó y le dijo, "Hola, he notado que me mirabas." Él solo pudo afirmar con la cabeza. Ella había aprendido bien eso de ser una hija de puta, lo había aprendido de él, y para hacerle más daño le dijo, "¿Te conozco? Me suena tu cara." Él se quedó frío, se esperaba cualquier cosa menos eso. "Ah sí, a ti ya te he olvidado antes." Dijo ella. "Bueno, espero que no te importe que no me acuerde de ti, me centro en las cosas importantes, lo siento. Ten un buen día." Le sonrió y se dio la vuelta para irse. Él se sintió morir, no se imaginaba que ella hubiera podido olvidarle tan rápidamente cuando aún se acostaba cada noche pensando en ella. Lo único que le consolaba era saber que su sonrisa era forzada, y que sus ojos seguían con la mirada triste desde que él no estaba...
-Mario Benedetti
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