lunes, 21 de marzo de 2016

Quiero un amor.

Quiero un amor inmenso, absurdamente grande. De esos que te hacen sentir que se te desborda por todos lados. De esos que te hacen sentir un idiota a la mitad del día, cuando te descubres sonriendo sin razón y la gente te mira con cara de “pinche loco, ¿qué no se da cuenta de lo jodido que está todo?”
Tan grande que opaque lo malo, lo empequeñezca, lo haga estúpido. Tan grande que me de causa y me mueva hacia adelante. Tan grande que llene cada aspecto de mi vida.
Quiero un amor sin herida. No quiero cargar a alguien. No quiero hacerme responsable de la felicidad de una persona. No quiero llenar un hueco o suplir una carencia. No quiero ser el enfermero constante de un corazón que no sana por heridas pasadas. No tengo ganas de ser absorbido por una herida profunda que no quiere sanar, sino jalar hacia adentro, a quien se deje.
Quiero un amor sin historia, para poder escribir una propia. No quiero ser sólo el actor secundario de una historia ya empezada, sino el protagonista y el escritor de una historia que apenas empieza. Quiero construir una vida, acompañado de una mujer increíble, no sólo sumarme a la fuerza a una vida que no quiere acompañantes.
Quiero un amor a medida, hecho para mí, con lo que yo quiero y necesito. No uno que se trate de adaptar a formatos y reglas sociales. Quiero un amor a medida de quien esté conmigo, que la haga sentir libre, cómoda, feliz. Un amor a medida no sólo para mí, sino para los dos. Un amor que fluya con las necesidades de ambos, que crezca con los sueños de los dos. Un amor que se construya exclusivamente con las manos de los dos involucrados, los dos que lo van a vivir y a disfrutar.
No quiero un amor que cuestione, sólo para no entender la respuesta. Quiero un amor que me cuestione y me rete, que me incomode y me saque del letargo. Que pregunte todo lo que necesite entender, con el corazón abierto para asimilar la respuesta. Un amor que me rete, para después darme la mano si no puedo sólo. Un amor que me incomode, sólo para ayudarme a crecer, y me empuje.
Quiero un amor que mire de frente, hacia delante. Un amor que no viva buscando atrás, en el pasado, las repuestas que apenas se tienen que construir. Un amor que sepa perdonar los errores, y no los guarde como moneda de cambio. Un amor que pueda ver esperanza en el futuro y no sólo cargue los fracasos del pasado. Uno que pueda ver mas allá de los obstáculos y quiera sortearlos conmigo.
Quiero un amor que sea suficientemente fuerte para superar cualquier crisis. Uno que no se esconda ni se haga chico cuando las cosas no son sencillas. Uno que asuma su responsabilidad cuando aparecen los retos. Uno que no salga corriendo con las amenazas ni los cuestionamientos. Uno que siempre salga más fuerte y sólido que las dificultades.
Quiero un amor que no busque salida, que no se aburra de mí, que se transforme y se adapte. Uno que parezca un loco dibujo lleno de colores y formas, que cada que lo miras aparece algo diferente. No quiero un amor que se sienta obligado a quedarse a mi lado, por compromisos sociales o religiosos, y tenga todo el tiempo los ojos buscando una salida, después de un tiempo. No quiero la angustia que provoca tratar de retener a alguien que no quiere estar conmigo.
No quiero un amor que me cueste la vida. Uno que me haga sentir que dejé todo lo que soñaba y aspiraba, a un lado. Sé que no puedes tenerlo todo, al mismo tiempo y en el mismo lugar y en el mismo momento. Esa es una aspiración infantil. Madurar implica reconocer que en un momento determinado puedes tener algunas cosas que quieres, y otras no. Pero no quiero un amor que me obligue a renunciar para siempre a eso que me hace feliz o me causa placer. Quiero uno que me ayude a encontrar el momento adecuado y la forma correcta de vivir y tener aquello que quiero.

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